miércoles, 4 de junio de 2014

Mi mente, mi corazón y mi cuerpo lo necesitan.

¿Habéis sentido alguna vez esa necesidad de hacer algo y tenéis un par de minutos para decidir si hacerlo o no y un arrebato os hace dejar cualquier cosa para hacerlo? Pues bien, eso me pasa continuamente últimamente. Pero, casualmente, me dan cuando siento que lo tengo cerca, cuando falta poco, cuando lo extraño, cuando lo necesito y siento como si fuese una oportunidad, única e irrepetible, ahora o nunca. Hace tan solo una semana que no lo tenia conmigo, hacia una semana que no estaba a mi lado, en mi cama, ni en mi casa, ni a menos de 1 km como lo suelo tener, ni en la misma ciudad, ni en la misma comunidad autónoma, simplemente no estaba, no lo sentía cerca. Cómo no sentirlo cerca cuando lo está, si desde el momento en que sube a ese autobús el tiempo pasa más lento, las noches son mucho mas largas, me despierto constantemente y no está. 
Antes de irse, me dejó muy feliz. Es su meta cuando está conmigo, siento que todo lo demás no le importa siempre y cuando lo consiga. Dios, si lo consigue. Es como si él ya formase una parte de mi, una parte a la que siento a todas horas. En ocasiones, no se si me entenderéis o si me dejo entender al decirlo así, pensareis que estoy loca. Pero qué importa si de todas formas, lo estoy y mucho. En ocasiones, tengo la sensación de que llego a sentir, no lo que él siente pero sí que algo ocurre. Cuando está triste, cuando está feliz, cuando está enfadado, cuando está cansado, cuando está empanado (sí, tiene muchos de esos días y es casi peor que cuando es su semana de euforia), cuando está preocupado. Pero eso cambia cuando está lejos, cuando coge ese bus que lo lleva a km de mi o cuando yo cojo ese tren que me lleva a la otra punta del país... Entonces, es como si no lo sintiera, no se si está bien, si está mal, si está fuera, si está en casa, si le pasa algo... Es como si una parte de mi me faltase. 
Entonces, sabía que hoy volvía después de esa semana tan dura sin apenas saber como está y pasarnos horas y horas estudiando. Sabia la hora en la que estaría entrando a la estación. Mi dilema era, ¿me quedo y sigo estudiando o voy a verlo bajar de ese autobús aunque sea para acompañarlo a su casa? Faltaban 20 minutos para que llegase, me paré en seco en medio de mi habitación, mirando a la nada y en ese instante empecé a desvestirme y intentar ponerme mínimamente guapa, pues a pesar de todo, después de semanas necesitándonos mutuamente en todos los sentidos, ¿no creeréis que lo primero que iba a ver sería a una medio muerta que se ha pasado casi una semana encerrada? De camino a la estación, preguntándole qué tal iba el viaje, por dónde iba y todo lo típico para saber si iba bien de tiempo, le daba a entender que estaba en casa soportando las conversaciones y risitas de mi compañero de piso con su novia esperando a que se duerman para seguir estudiando. Iba más nerviosa que las veces que quedábamos para vernos los días antes de empezar a salir, que había ya desde entonces un feeling, miradas, indirectas y esperaba que me dijese algo que yo ya, repito, desde entonces, sentía que iba a pasar. Pensaréis al final que estoy loca de remate, como para un centro pero con él, es así, entre nosotros. Porque se que a los dos nos pasa lo mismo. 
En definitiva, al bajar él del autobús, en uno de sus días de empanamiento, miró hacia delante al coger la maleta y vino hacia mi, abrazándome como cada vez que vuelvo de mis viajes, besándome como si fuera el ultimo beso del mundo, como si su mente, su corazón y su cuerpo también lo necesitaran. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario